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5 noviembre, 2025

El verdadero momento de apoyar

Mtro. Jesús Sesma Suárez

México aún no termina de recuperarse de duros golpes de la naturaleza como el paso de Otis, Lidia y Hilary en 2023; o el desbordamiento del río Tula y el huracán Grace en 2021, y ya enfrenta nuevas dificultades. Las lluvias intensas de las últimas semanas han dejado estragos devastadores en comunidades de diferentes estados como Veracruz, Hidalgo, Puebla y Querétaro. La emergencia vuelve a poner a prueba no sólo la capacidad institucional, sino también nuestra solidaridad y memoria cívica.

En medio de este panorama, es preciso reconocer la voluntad y pronta respuesta de nuestra presidenta de México, doctora Claudia Sheinbaum, quien acudió a zonas afectadas para refrendar el compromiso con las familias y reiterar que la ayuda llegará a todas las comunidades perjudicadas. En el terreno, miles de personas enfrentan el dolor de la pérdida de familiares o seres queridos y, además, la incertidumbre de estar sin hogar, sin ingresos y, a veces, sin alimentos.
Somos un pueblo solidario y eso ha quedado claro en cada una de las desgracias que hemos enfrentado en lo comunitario, pero hay una conversación que casi siempre queda pendiente: la ayuda de los primeros días y la ausencia de apoyos cuando el suceso pasa y deja de ser noticia. Y no lo digo a modo de reclamo.
Dicha conducta ha sido analizada incluso por algunos investigadores. Tras el golpe de algún fenómeno natural o alguna emergencia, es común que al inicio la ayuda se acumule y sea más eficiente, a lo que se le llama fase de “descubrimiento alarmado”. Todo el mundo mira, opina y dona.
Sin embargo, pasado algún tiempo, la ayuda comienza a sentirse menos presente, llegan la complejidad, los costos y otros temas que compiten por espacio y la atención cae, aunque el problema siga. Dicho comportamiento es descrito por el economista especializado en política pública Anthony Downs, en su teoría sobre el “ciclo de atención a los problemas”, que se constituye de picos breves y un declive posterior.
A ello hay que sumar que la filantropía suele tener un “boom” inicial y un “bache” largo, pues puede aportar mucho apoyo al inicio y poco después para la reconstrucción. De acuerdo con el Center for Disaster Philanthropy, con sede en Washington D. C., Estados Unidos, la mayor parte de las donaciones llega en la primera semana y, hacia los seis meses, el flujo se estanca, justo cuando empiezan los gastos más difíciles y caros, como aquellos para recobrar vivienda, medios de vida, salud mental y reconstrucción de espacios.
Por eso insisto en una idea simple: no soltemos a las comunidades. La solidaridad más eficaz es la que se organiza en el tiempo y no puede ser un relámpago, debemos entender que no se trata de dar más, sino de dar mejor.
Claro que la responsabilidad pública es ineludible. No tengo duda de que el gobierno de la presidenta Sheinbaum no se retirará hasta que las cosas se resuelvan, pero es preciso que las autoridades locales también encaren la problemática, pues son los que conocen a detalle su comunidad y cuentan con mapas de riesgo, zonas de inundación, terrenos inestables y construcciones vulnerables para garantizar que esa información no se quede en un simple archivo de escritorio o en un protocolo; que sea la base para levantar mecanismos de alerta temprana y atención de posibles impactos.
La catástrofe nos está alcanzando con mayor frecuencia e intensidad, no podemos permitir que, tras un embate y luego otro, sigamos en el mismo punto. La mala experiencia debe convertirse en aprendizaje para identificar, corregir y actualizar, pues, aunque a veces es inevitable que el golpe llegue, lo que sí podemos evitar es que nos sorprenda de la misma manera.
Honrar a quienes perdieron la vida implica acompañar a quienes siguen aquí hasta que recuperen lo perdido. Sigamos reconstruyendo México con presencia sostenida, coordinación y memoria.

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